jueves, 9 de julio de 2009

Ángeles y Demonios

Al ir al cine, suele ser recomendable hacerlo con pocas expectativas respecto de la película, para no desilusionarse luego. Ángeles y Demonios no invalidó esta idea: esperaba muy poco de ella, y exactamente eso fue lo que recibí.

[Esta reseña contiene una mínima dosis de spoilers. Se han evitado revelar detalles específicos. Si el lector quiere ir a ver el film sin dejarse influir en absoluto, no debería leer esta crítica.]


Cuando critico, me gusta poner en una balanza lo bueno y lo malo. Entre otras cosas, da pie a un estilo narrativo más fluido, con contrapuntos y ponderaciones. Con Ángeles y Demonios, no obstante, siento que tal forma de escribir produciría un resultado sarcástico. Si dijera que el film tenía buen vestuario y buena escenografía pero un mal guión y un argumento aburrido, la impresión que quedaría es que se trata de una producción absolutamente superficial.

La verdad es dura, pero sin sarcasmo, así es. Ángeles y Demonios, filmada en Roma y en el Vaticano, con el fondo de la muerte de un Papa y de un cónclave de cardenales, despliega una fotografía impresionante, en una recorrida por la pompa y la majestad del centro del mundo católico en un momento sublime para los creyentes. Por otro lado, las escenas en el gigantesco acelerador de partículas, el CERN, al igual que las situadas en el Archivo Vaticano, carecen de ambiente definido, de color identificatorio, de gravitas. La capacidad del guionista para adjudicar sentimientos a los lugares es nula.

No voy a dedicarle muchas lamentaciones a la verosimilitud científica de la película. Se puede decir, a título informativo, que el CERN no tiene como misión producir antimateria; que la misma no requiere de procedimientos misteriosos o complicados para ser producida, pero sí bastante energía y por lo tanto mucho dinero; que la antimateria no es una fuente de energía ni puede serlo jamás; y que es verdad que la antimateria al aniquilarse con la materia puede producir una tremenda explosión, aunque de momento no hay manera de producir una "bomba" portátil con ella. La "Partícula de Dios" de la cual se habla en el film no tiene nada que ver con la antimateria, y a nadie en el Vaticano le ha preocupado ese nombre de fantasía.

La cuestión histórica (asunto que sí molestó a la Iglesia Católica) va por otro lado. El film es de ficción y nunca se ha promocionado de otra forma, aunque es entendible que muchos espectadores hayan salido del cine con ideas bastante equivocadas. La ya bien conocida incapacidad de la Iglesia Católica para tolerar (cualquier cosa que se parezca a) críticas se ha combinado con la falta de sentido del humor característica de los fanáticos de toda clase para hacer de Ángeles y Demonios un blanco inmerecido de acusaciones de que es "anticatólica". La verdad es que la película deja demasiado bien parada a la Iglesia y a su jerarquía. Ni siquiera se le permiten al personaje de Robert Langdon más que unos farfullos de tinte agnóstico para justificar su no-catolicidad (casi como para darle aliento a los seguidores de la teología apofática), y de los católicos que aparecen en la película, los más rígidos e intolerantes terminan siendo los buenos.

En cuanto a la trama, se da el caso curioso de que es a la vez demasiado simple y demasiado complicada. El sistema por el cual los protagonistas siguen pistas simbólicas por la Ciudad Eterna resulta rebuscado, esquemático, un artificio digno de una historia de detectives juveniles (y enfatizado con gestos y exclamaciones del mismo género por parte de los protagonistas). Los malos tienen recursos físicos y mentales interminables, y han contado con todas las eventualidades. Los buenos también, hasta el punto en que el elaboradísimo engaño puede ser resuelto por un profesor de simbología religiosa y una física que además y por casualidad tiene unos sorprendentes conocimientos de medicina forense. Con excepción de unas trampas obvias, todo está en el lugar correcto, todo está limpio, apuntando donde debe, y todo es predecible. Tan predecible, tan fácil es todo, que la tensión en Ángeles y Demonios es puramente accidental: si el investigador hubiera comenzado su tarea 15 minutos antes, toda la trama criminal laboriosamente articulada se habría venido abajo.

De improbabilidades y cuestiones infinitesimales de detalle similares cuelga toda la película, y el final no hace sino rizar el rizo. Ángeles y Demonios es una aparatosa máquina de Rube Goldberg cuyo producto final es aburrido y trivial: los malos son derrotados en el último minuto y, literalmente, no hay nada nuevo bajo el sol.

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