domingo, 21 de septiembre de 2014

La primavera del mundo

La caída: una vaina de metal
con un hombre en su hueco,
tostada lentamente por los aires
de un planeta azul-gris.

No tiene nombre, sólo es una cifra
en los libros del hombre.
Excéntricamente orbita un gran sol
blanco, que lo marchita.

Valles y montañas, quietas florestas,
mares secos de sal:
nunca un piloto tan desamparado
vio venir su destino.

Gira sin control, instrumentos ciegos;
se afirma y se endereza.
Caerá donde nada y nadie espera,
un meteoro sin guía.

Vuelve en sí y se ve en medio de la ruina;
nada que hacer aquí.
Traza su plan para llamar a casa,
a la lejana Tierra.

Quebrado el casco, desgarrado el traje,
la fortuna sonríe:
puede respirar los aires ajenos,
puede hollar tierra firme.

Pesa tanto el aire, pesan las piernas,
pero el camino es cierto.
Más allá de donde el alba demora
la vieja antena espera.

Un fiel sirviente la dejó hace eras,
apuntada al espacio,
y nunca ha fallado en su cometido
en todos estos siglos.

Baja presuroso al gran valle oscuro,
tropezando con seres
como látigos, como alfileteros,
como botes a vela,

Seres rastreros, seres enraizados,
follajes animales,
brazos, piernas, cabezas vegetales:
a la espera del sol.

La lluvia fría ha caído abundante
mas no hay flores aún:
el hombre que avanza no ve colores,
nada huele en el aire.

Ahora despunta un alba dorada
y sus ojos se estrechan:
ve allá arriba la aguja plateada
y apura aún más el paso.

Amanecer: despiertan los dormidos
seres grises del valle.
El hombre que avanza observa atónito
desplegarse sus vidas.

Surgen flores, heridas rojo sangre,
se yerguen los estambres,
de tallos henchidos brotan corolas:
todo busca un lugar.

No hay espacio aquí para tanta vida.
Se prepara una guerra.
Esta oportunidad será la única
del año interminable.

Bulbos espinosos alistan golpes,
brotan ruedas dentadas,
se aprestan vesículas de veneno,
silban feroces tallos.

El hombre que avanza acelera el paso.
El aire hiede a batalla.
Hienden el aire las huestes de amantes.
No queda mucho tiempo.

Los amantes vegetales se buscan.
Ninguno va a ceder.
El hombre que avanza tropieza y cae
en medio de la lucha.

Bombas de ponzoña, cuchillos vivos:
los débiles perecen.
Nunca más florecerán los caídos.
Mortal fluye la savia.

Del hombre caído mana la sangre,
roja al sol de la guerra.
Los amantes no toleran extraños
en su terrible cópula.

Ya no llegará a la brillante antena,
ya no llamará a casa:
será alimento para frutos nuevos
en el corto verano.

Final. Despedazados los rivales
se abren los gineceos
y el sol saluda a los nobles amantes:
es por fin primavera.

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