El sábado pasado aprovechamos un hermoso día para ir en grupo a pasear y sacar fotos a la isla La Invernada, una de las islas que están frente a Rosario en el delta del río Paraná.
Por estar del otro lado del canal principal, que divide las provincias, las islas pertenecen a la jurisdicción de Entre Ríos, aunque la ciudad más próxima es Victoria, a más de 50 km de distancia.
Cruzamos el curso del Paraná en una lancha que sale cada hora o media hora desde Costa Alta, justo al sur del Puente Rosario–Victoria. Aunque con capacidad para 80 pasajeros, nos llevó a nosotros solamente, siete personas (más cámaras fotográficas, termo de mate y torta de manzana). En verano, por supuesto, esta misma lancha y otras van y vuelven continuamente entre el muelle de Costa Alta (en el norte de la ciudad), el de La Fluvial (en el centro), y los paradores de las diferentes islas, siempre llenas.
A poco de bajar vimos una casa con un corral lleno de gallinas y otras aves, y un carpincho con una cría. El carpincho o capibara es el roedor más grande del mundo; normalmente pasa la mayor parte del tiempo en el agua y en manada. La cría estaba escondida, pero el adulto parecía bastante acostumbrado a los seres humanos y se dejó fotografiar con total indiferencia.
Por ser nominalmente invierno, el sábado no encontramos mucha gente, aunque el río estaba medianamente poblado de veleros y kayaks, y en los rincones apartados de la isla había grupos de jóvenes tomando sol en la arena (importada, no propia de las islas). En la costa el viento era frío, pero más adentro, y sobre todo después de un rato de caminar al sol, la idea de sacarse todo y tirarse en la arena no parecía tan descabellada.
Nos metimos en la isla yendo hacia el este, rodeando un par de lagunitas donde pequeñas garzas picoteaban su sustento, y midiendo cuidadosamente nuestra distancia a unas cuantas vacas y toros que pastaban. No pude resistir la tentación del fácil contraste entre lo urbano y lo rural/natural del paisaje: a unos pocos kilómetros de este humedal medio invadido por el ganado vacuno se alzaban las torres en construcción que pronto serán los edificios más altos del interior del país.
En el horizonte oriental, hacia el interior de la planicie de inundación del Paraná y de la maraña de brazos y bracitos en que se abre el río, había un inmenso foco de incendio, obviamente provocado, uno de los tantos que los dueños de esos campos nos vienen infligiendo desde hace años, y que ya motivó una demanda ante la Corte Suprema. Por suerte para nuestro paseo, el viento que soplaba se llevaba las columnas de humo hacia el sur (el domingo cambió el viento y toda la costa amaneció gris).
Caminamos hasta el límite este de la isla, llegando al Paraná Viejo, y ahí nos sentamos junto a una calavera de vaca a tomar mate y comer torta; después emprendimos la vuelta y, al llegar, nos sentamos en el barcito cercano al muelle a esperar a la lancha. En total, según el ploteo del GPS de Oscar, caminamos casi 5 km. Me satisface decir que no me cansé tanto... y espero que esto me sirva de práctica para el trekking y los city tours que voy a hacer en mis vacaciones.
lunes, 25 de agosto de 2008
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Hola Pablito, me ENCANTO el relato, perfecto, claro y conciso. Buenisimo !!
ResponderBorrarAbrazos
Oscar
PS: yo si me canse :( y me queme :(