lunes, 3 de noviembre de 2008
De noche en el cementerio
El viernes pasado (por coincidencia, Noche de Brujas) Marisa y yo asistimos a un paseo nocturno por el Cementerio El Salvador, como parte de una actividad cultural llamada Ilumino mi pasado, dentro del Programa de Resignificación de Cementerios de la Municipalidad de Rosario.
El lugar común llamaría a esto "un macabro recorrido", pero la verdad es que se trató de una ocasión muy estimulante y calma a la vez. Para empezar, fuimos un grupo grande, con linternas, y además la iluminación artificial urbana no dejaba mucho al misterio (como Marisa remarcó, si hubiera habido luna llena probablemente ni siquiera habríamos necesitado las linternas). Además de eso, nuestro guía, el artista Dante Taparelli, no concedió ni por un momento terreno a especulaciones espiritistas ni a los reclamos (como el de cierta señora que escribió quejándose a un diario en estos términos) de que un recorrido nocturno por el cementerio es algo "morboso".
Morboso es disfrutar perversamente del sufrimiento. Morboso es registrar y propagar el dolor ajeno... como se hace de rutina en televisión. Pero en las tumbas y mausoleos del cementerio no hay morbo, no hay dolor, sólo caras calmadas y meditabundas, y como mucho un toque de nostalgia, y mucho simbolismo de lo corta que es la vida y lo importantes que son los afectos. Por eso, explicó Taparelli, venimos de noche: porque de día el cementerio es la tierra del dolor de los deudos. De noche, en cambio, es un testimonio del valor de la memoria y la esperanza.
Aun los que no creemos en el más allá ni en un dios que recibe a los difuntos, sabemos que una persona no se extingue con la muerte. Cada uno es como una piedra arrojada a un estanque: las ondas que producimos en el agua se debilitan, se confunden con otras, se chocan y se quiebran contra las piedras, pero no se detienen jamás. Un poco por pensamientos elevados como éste, y otro poco por humano snobismo, y quizá por el deseo de perdurar ellos mismos, es que grandes personajes y acaudaladas familias de la ciudad levantaron esta ciudad poblada de granito y mármol tallado.
El Salvador es un cementerio bastante grande y está poblado de mausoleos y monumentos mortuorios de gran valor estético. En algunos casos se trata literalmente de toneladas de mármol de Carrara, traído desde Italia por barco, ya tallado, a un costo inimaginable (y hoy en día inviable); en otros los materiales son más modestos, o las figuras más sencillas, pero todas cargan con una larga historia.
Por la cantidad y calidad de su arquitectura, El Salvador es el segundo cementerio en Argentina después del de Recoleta. La municipalidad está trabajando en su restauración y tratando de abrirlo al público como lugar lleno de arte y de significado. Esto no se había hecho nunca hasta ahora en Rosario, y personalmente creo que es fantástico que se haya emprendido.
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