viernes, 13 de febrero de 2009

Uruguay 2009, parte 1: Rosario-Buenos Aires-Colonia

Terminal de Buquebús 3 (by pablodf)
Gente esperando embarcar, terminal de Buquebús en Puerto Madero, Buenos Aires

Terminal de Buquebús 4 (by pablodf)
Uno de los barcos de Buquebús, similar al nuestro, partiendo de la Dársena Norte

Marisa frente al río (by pablodf)
Marisa frente a la inmensidad del Mar Dulce

El faro de Colonia (by pablodf)
El faro de Colonia del Sacramento, mientras nos acercábamos
Comienzo mi crónica de viaje con las consabidas disculpas a cualquiera que haya tenido una experiencia distinta o, digámoslo claro, considere que estoy hablando al pedo o generalizando demasiado. Estas vacaciones fueron mías y de Marisa, las primeras vacaciones largas que nos tomamos juntos, dicho sea de paso, y las experiencias e impresiones que relataré son por fuerza muy personales y muy parciales. Uno no puede conocer un país en dos semanas, ni siquiera una ciudad. O sea que todo lo que diga sobre Uruguay debe imaginarse como precedido por las palabras "Según me pareció a mí...".

Dicho eso, paso a relatar, y aquí nomás me vuelvo para atrás. Originalmente mi idea era ir a Uruguay por la vía más directa para nosotros, por tierra a través de Entre Ríos y de ahí a Paysandú o a Fray Bentos. Me hubiera gustado ver Gualeguaychú, que conocí hace años por unas pocas horas, y Fray Bentos, con su famosa o infame papelera. Fray Bentos además es donde Borges situó la historia de Ireneo Funes, "el memorioso". Pero las noticias sobre redoblados cortes de ruta y de puente internacional por parte de la Asamblea Ambiental de Gualeguaychú nos inquietaron. No era cuestión de comenzar con el pie izquierdo las vacaciones, retenidos allí.

A Marisa se le ocurrió entonces, y yo secundé enseguida, ir por la otra vía, más cara pero más pintoresca y segura. Averiguaciones fueron y vinieron, y finalmente reservamos pasaje en el Eladia Isabel, de la empresa Buquebús, para ir desde Buenos Aires hasta Colonia del Sacramento.

El viaje hasta Retiro en ómnibus nos llevó unas cuatro horas nocturnas. Llegamos a la hipertrofiada capital de nuestro país unas tres horas después de partir de Rosario, y desde el conurbano hasta Retiro tardamos 45 minutos. Luego tuvimos que esperar media hora a la entrada de la enorme terminal de ómnibus, cercada de un lado por una villa miseria inmensa, llena de vendedores de chucherías, con el piso medio roto, medio perdido en el tiempo y la negligencia. Cómo una capital que se precia de ser la París de Sudamérica y demás yerbas tiene una terminal de ómnibus tan innecesariamente complicada, tan mal colocada en la trama urbana y tan inmunda es algo que escapa a mi comprensión.

Bajamos, salimos, agarramos temerosamente nuestros bártulos, conseguimos un taxi, descendimos en la terminal de Buquebús en Puerto Madero, y de pronto estábamos en otro mundo, en algo similar a un aeropuerto limpísimo, aunque congestionado. Hicimos los trámites de embarque, nos tomamos un café con leche y después subimos.

El barco se fue alejando de a poco y a medida que nos internábamos en el Río de la Plata vi por qué Juan Díaz de Solís, el primer colonizador que penetró en él, lo llamo "Mar Dulce". Era una extensión marrón terrosa prolongada hasta el infinito, con algún que otro barco semejante a una silueta de cartón gris en la distancia, y la curvatura terrestre claramente visible. Así transcurrieron tres horas, hasta que avistamos primero unas islitas verdes, y después el faro de la antigua Colonia del Sacramento, nuestro primer destino en tierras orientales.

Continuará...

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