Available in English: El Prado
Nuestro último día en Montevideo lo pasamos recorriendo el barrio El Prado (o barrio del Prado, no sé cómo sea más correcto). Como referencia me remito a la descripción que hace Marisa del mismo, destinada a los rosarinos: "Una especie de Fisherton con las casonas que se levantan en Boulevard Oroño." O sea, un barrio residencial tranquilo, antiguo, muy arbolado, con casas de épocas pasadas de esplendor (mansiones y no tanto).
La noche anterior, después de comernos tamaños mariscos y rabas, de caminar kilómetros y del casi desastre de nuestra vuelta en ómnibus a medianoche, llegamos agotadísimos. Algo de todo eso le debe haber pesado a Marisa, porque despertó temprano con un tremendo dolor de estómago, muy débil y de ninguna manera en condiciones de salir de paseo. Por suerte no se trataba (como ella temía) de una gastroenteritis. No había mucho que pudiera hacer salvo descansar, tomar algo para dolor, líquido y nada de comer.
El plan de recorrer algo más de Montevideo por la mañana estaba descartado, y empecé a temer que tendríamos que llamar a un médico, pero Marisa no quiso saber nada. La dejé donde estaba y me fui en colectivo hasta Tres Cruces, a comprar los pasajes para La Paloma y hacer algunas otras averiguaciones. El día estaba nublado y apenas caluroso. Fui y volví en una hora y media, como mucho, y vi que Marisa estaba mejor. Comió algo liviano y decidimos que intentaríamos ir al Prado por la tarde.
Tardamos casi 40 minutos en llegar, yendo en un ómnibus hacia el centro, primero, y luego hacia el norte, atravesando barrios desconocidos y perdiendo completamente la orientación, pero conseguimos de alguna manera bajarnos a solo una cuadra de distancia de donde debíamos. Nuestro informante nos había indicado un punto preciso para comenzar (Av. Agraciada y 19 de Abril), y un recorrido también detallado. En orden que no sé si será correcto, vimos primero las viejas casas y los inmensos álamos de Av. 19 de Abril, la Iglesia de las Carmelitas (una de las pocas grandes iglesias que vi en Montevideo), los extraños galpones de la Sociedad Rural, el arroyo Miguelete, un gran parque con una inmensa glorieta y un rosedal (sin rosas), el Hotel del Prado, el Jardín Botánico, la casa presidencial (Tabaré no salió a atender), un museo, y entremezclado con todo eso, casitas de estilo antiguo y mansiones que iban desde lo austeramente severo hasta lo disneylandesco.
Terminamos en el Bar Los Yuyos, que debe ser famoso, y que debe su nombre a las tradicionales hierbas que se sirven con la caña o la grapa en su mostrador. No tuvimos ocasión de probar tales cosas, desde luego; apenas un jugo de naranja y un tostado (a la lista de cosas que extrañé en Uruguay, que empecé con el buen helado, añádanse los carlitos y el ketchup).
Habíamos caminado unas tres horas y el recorrido nos había llevado al otro extremo del barrio, lejos de la Av. Agraciada, única calle que sabíamos que podía devolvernos a nuestro hostel. La perspectiva de cruzar de nuevo todo el barrio no era halagüeña. Tuvimos tanta suerte, no obstante, que a un par de cuadras de Los Yuyos pasaba un colectivo que iba a la Ciudad Vieja.
Llegó la noche y mi única preocupación era encontrar la cama, pero Marisa (que por lo visto ya estaba recuperada y no tenía sueño) encontró Hannibal (la secuela de El Silencio de los Inocentes) en el cable, y decidió verla toda, con lo cual mi semi-sueño fue interrumpido por gritos, tiros y una variedad de escenas con tripas y sesos volando por el aire.
Y así nos despedimos de Montevideo. Siguiente parada: las playas de La Paloma.
Continuará...
Hola,
ResponderBorraresa es mi casa o.o q d+ es famoooosaa