jueves, 26 de febrero de 2009

Uruguay 2009, parte 7: El barrio del Prado

Available in English: El Prado

De aquí al cielo (by pablodf)
Iglesia de las Carmelitas
Nuestro último día en Montevideo lo pasamos recorriendo el barrio El Prado (o barrio del Prado, no sé cómo sea más correcto). Como referencia me remito a la descripción que hace Marisa del mismo, destinada a los rosarinos: "Una especie de Fisherton con las casonas que se levantan en Boulevard Oroño." O sea, un barrio residencial tranquilo, antiguo, muy arbolado, con casas de épocas pasadas de esplendor (mansiones y no tanto).

La noche anterior, después de comernos tamaños mariscos y rabas, de caminar kilómetros y del casi desastre de nuestra vuelta en ómnibus a medianoche, llegamos agotadísimos. Algo de todo eso le debe haber pesado a Marisa, porque despertó temprano con un tremendo dolor de estómago, muy débil y de ninguna manera en condiciones de salir de paseo. Por suerte no se trataba (como ella temía) de una gastroenteritis. No había mucho que pudiera hacer salvo descansar, tomar algo para dolor, líquido y nada de comer.

El plan de recorrer algo más de Montevideo por la mañana estaba descartado, y empecé a temer que tendríamos que llamar a un médico, pero Marisa no quiso saber nada. La dejé donde estaba y me fui en colectivo hasta Tres Cruces, a comprar los pasajes para La Paloma y hacer algunas otras averiguaciones. El día estaba nublado y apenas caluroso. Fui y volví en una hora y media, como mucho, y vi que Marisa estaba mejor. Comió algo liviano y decidimos que intentaríamos ir al Prado por la tarde.

Tardamos casi 40 minutos en llegar, yendo en un ómnibus hacia el centro, primero, y luego hacia el norte, atravesando barrios desconocidos y perdiendo completamente la orientación, pero conseguimos de alguna manera bajarnos a solo una cuadra de distancia de donde debíamos. Nuestro informante nos había indicado un punto preciso para comenzar (Av. Agraciada y 19 de Abril), y un recorrido también detallado. En orden que no sé si será correcto, vimos primero las viejas casas y los inmensos álamos de Av. 19 de Abril, la Iglesia de las Carmelitas (una de las pocas grandes iglesias que vi en Montevideo), los extraños galpones de la Sociedad Rural, el arroyo Miguelete, un gran parque con una inmensa glorieta y un rosedal (sin rosas), el Hotel del Prado, el Jardín Botánico, la casa presidencial (Tabaré no salió a atender), un museo, y entremezclado con todo eso, casitas de estilo antiguo y mansiones que iban desde lo austeramente severo hasta lo disneylandesco.

En una verde paz (by pablodf)

Casita de chocolate (by pablodf)

Terminamos en el Bar Los Yuyos, que debe ser famoso, y que debe su nombre a las tradicionales hierbas que se sirven con la caña o la grapa en su mostrador. No tuvimos ocasión de probar tales cosas, desde luego; apenas un jugo de naranja y un tostado (a la lista de cosas que extrañé en Uruguay, que empecé con el buen helado, añádanse los carlitos y el ketchup).

Ella en el viejo bar (by pablodf)
Marisa en "Los Yuyos"

Habíamos caminado unas tres horas y el recorrido nos había llevado al otro extremo del barrio, lejos de la Av. Agraciada, única calle que sabíamos que podía devolvernos a nuestro hostel. La perspectiva de cruzar de nuevo todo el barrio no era halagüeña. Tuvimos tanta suerte, no obstante, que a un par de cuadras de Los Yuyos pasaba un colectivo que iba a la Ciudad Vieja.

Llegó la noche y mi única preocupación era encontrar la cama, pero Marisa (que por lo visto ya estaba recuperada y no tenía sueño) encontró Hannibal (la secuela de El Silencio de los Inocentes) en el cable, y decidió verla toda, con lo cual mi semi-sueño fue interrumpido por gritos, tiros y una variedad de escenas con tripas y sesos volando por el aire.

Y así nos despedimos de Montevideo. Siguiente parada: las playas de La Paloma.

Continuará...

lunes, 23 de febrero de 2009

Uruguay 2009, parte 6: La fiesta de Iemanjá

Available in English: The feast of Iemanjá
Bailando para Iemanjá
En la tarde de nuestro segundo día en Montevideo preparamos nuestros implementos para ir a la playa (por primera vez en Uruguay) y a ver lo que prometía ser algo novedoso para nosotros, una ceremonia umbanda en honor a Iemanjá, la orishá del mar.

Para quienes no sepan, la religión umbanda es uno de tantos cultos que, llegados a América con los esclavos, sufrieron un proceso de adaptación, crecimiento y fusión con la religión católica predominante. Entre las múltiples variantes del vudú (de Haití y de Louisiana), la santería cubana y el candomblé uruguayo, la religión umbanda (proveniente de Brasil, con epicentro en Bahia) es una más de las que tienen un panteón de dioses y diosas menores, conocidos aquí como "orishás" (escrito orixás en portugués) y que incorporaron y asimilaron las figuras de santos católicos y otras figuras a su visión (esta unión de tradiciones religiosas diversas se llama sincretismo).

Los nombres de los orishás provienen de la lengua yoruba (cuyos dialectos son hablados por 22 millones de personas en África). Iemanjá es como en Uruguay llaman a Yemayá, orishá que gobierna el mar. El 2 de febrero se la homenajea con danzas, cantos y ofrendas de flores y frutos en las playas de Montevideo, donde se acercan sus devotos y miles de curiosos.

Nos habían recomendado ir hasta la Playa del Buceo porque allí, aunque suele juntarse menos gente que en otros lugares, no es tanta como para atraer a vendedores y otros elementos que desvirtúan la idea de la ceremonia. La misma debía llevarse a cabo al anochecer, pero fuimos mucho antes para darle un primer vistazo al río-mar y probar la arena y el agua. Buceo es un barrio; la playa de ese nombre es la siguiente de la conocida y muy coqueta playa de Pocitos, yendo hacia el oeste.

Playa del Buceo
Playa del Buceo

Nos tomamos un colectivo que nos depositó a un par de cuadras de la bajada. Por este acto descubrimos algo extraño sobre Montevideo... Al preguntar cómo llegar a la playa del Buceo, en el hostel, pretendíamos que nos indicaran un colectivo que no pasara muy lejos, que nos arrimara apenas; cuando uno hace un viaje de media hora no es gran cosa bajarse y caminar cinco o diez minutos. Pero en el hostel todos parecían muy preocupados por indicarnos un colectivo que nos depositara casi literalmente en la arena de la playa, y más aún, en algún punto determinado de la misma, y no entendían ni concedían espacio a nuestra imprecisión. Y más tarde, el colectivero, al inquirirle sobre dónde debíamos bajar para ir a la playa, se mostró también muy perturbado, como si hubiésemos tomado un ómnibus en una dirección completamente opuesta a la que queríamos y él no supiera cómo comunicarnos la mala noticia. Esto nos ocurrió un par de veces más. Parece que en Montevideo la gente, al indicar direcciones, tiende a esta precisión; quizá están acostumbrados a que hay ómnibus de todas partes a todas partes, sin necesidad de caminar mucho.

Pero me disperso. Bajamos, pues, un par de cuadras, y allí estaba el mar (técnicamente es todavía el Río de la Plata, pero es tan azul, tan lleno de olas, tan salado, que es una pedantería llamarlo río). La playa no estaba muy poblada; dejamos nuestras cosas y, primero uno y después el otro (todavía teníamos el temor argentino a la inseguridad en la cabeza), nos dimos un chapuzón. Después salimos, nos secamos al sol, nos sentamos a esperar.

Señora umbanda
Música para el mar
Y llegaron. Varias mujeres, menos hombres, no más de ocho o nueve, todos vestidos de blanco, los hombres con un gorrito cilíndrico, las mujeres con grandes pañuelos enrollados a modo de turbantes, menos un tipo que traía un instrumento de percusión que (creo yo) debe haber sido un atabaque (¡gracias Wikipedia!) y una mujer vestida de manera diferente a las demás, con un vestido largo color celeste y telas semitransparentes del mismo color, y pañuelo al tono en la cabeza, además de collares y adornos. El hombre del atabaque, oscuro y arrugado, se puso a batirlo con ritmo movedizo; la mujer de celeste parecía dirigir la ceremonia. Trajeron a la arena un barquito celeste de madera, pusieron velas sobre él, y un gran manojo de claveles blancos dentro, y todos los vestidos de blanco bailaron, primero sólo revoluciones alrededor del barco, luego rotaciones sobre sí mismos, con pasos ligeros con pies descalzos. Se elevó un cántico, luego otro. Algunos giraban con la vista en el suelo, otros movían las manos en gestos precisos, fuertes, rituales. Cada tanto una u otra de las mujeres caía al suelo y se postraba y besaba la arena, se levantaba, continuaba su plegaria cantada y bailada.


El público congregado contemplaba con tranquilidad, en un círculo cerrado, no más de dos o tres docenas de personas. La danza terminó. La mujer de celeste dio unas indicaciones, y el barquito fue levantado y llevado por los devotos a la orilla. Se internaron en el agua, y uno de los hombres lo acompañó, sorteando las olas que le llegaba arriba del pecho, hasta que se hundió o se fue mar adentro. Iemanjá había aceptado la ofrenda.

Ofrenda

Más tarde, cuando ya nos íbamos a caminar por la playa, nos cruzamos con otro grupo de devotos. Éstos eran distintos: llevaban vestidos de colores, ofrendas de flores y también de fruta (sandía), y unos estandartes de tela colorida con figuras que no pudimos distinguir. Venían caminando y cantando por la rambla, y se dirigían al Buceo. No los seguimos, excepto con la vista. Estaba atardeciendo.

Finalmente llegamos a Pocitos, donde decidimos que ya había sido suficiente tanto sol y tanto caminar, y nos sentamos en un restaurantito. Tomamos una cerveza y comimos empanadas de mariscos y rabas (que me cayeron como una bomba). Marisa estaba bastante cansada, y yo no menos, pero la convencí de que volviéramos al Buceo para ver si había pasado algo más, ya que nuestro informante montevideano había dicho que el verdadero espectáculo era por la noche. Emprendimos la vuelta. Llegando a la playa del Buceo otra vez, vimos en la penumbra un movimiento de gente, además de unos misteriosos puntos de luz en la arena.

Resultó que se habían montado allí infinidad de altares, adornados con toda una parafernalia de tules y guirnaldas y luces de navidad, figuras y figurines y velas de colores; muchos grupos de devotos umbanda estaban allí bailando y cantando o imponiendo las manos a la gente para "descargarla". En la arena había incontables huecos cavados a mano, cada uno con una o varias velas encendidas, protegidas del viento, y muchas familias que todavía seguían llegando traían termo y mate y se ponían a hacer más huequitos. Había, si se me permite la expresión, buena onda en esa noche fresca y llena de murmullos al lado del mar.

Llegó la hora de volver, y entonces descubrimos que no sabíamos cómo. Habíamos perdido toda referencia. Fuimos a esperar un ómnibus a donde vimos una parada, pero nunca llegó. Estábamos nerviosos y cansados. Buscamos y dimos vueltas, hasta que encontramos el lugar por donde habíamos venido a la tarde. Tomamos un colectivo, que se rompió a los diez minutos. A los diez minutos de eso vino otro, no el mismo, pero que nos acercó (otra vez tuvimos que explicarle al chofer que sí, queríamos ir a la Ciudad Vieja, pero no, no había problema si nos dejaba a tres cuadras de la Ciudad Vieja, para nosotros daba lo mismo). Nos bajamos cerca de la Puerta de la Ciudadela, creo. Cinco cuadras de fresco y oscuridad, y finalmente el descanso del hostel.

Continuará...

viernes, 20 de febrero de 2009

Uruguay 2009, parte 5: El Mercado del Puerto y la Escollera


Segundo día en Montevideo... Nos trazamos un plan para explorar la costanera y las atracciones de la Ciudad Vieja, que era el sector de la ciudad que más teníamos a mano. Primero nos fuimos caminando hasta la Rambla 25 de Agosto, donde nos recibieron algunos edificios imponentes pero sobre todo muchos contenedores y otras vistas poco turísticas.

Mercado del Puerto 2 (by pablodf)
Un bar típico en el Mercado del Puerto

Llegamos así al Mercado del Puerto, donde hay un montón de barcitos, restaurantes y comedorcitos dentro de unos inmensos depósitos antiguos, de interior fresco y oscuro, con claraboyas en lo alto para dejar entrar algo de sol. Fascinante, aunque caro (en Uruguay todo es caro para los argentinos, y si se trata de comer bien, pescado o mariscos o un asado, más todavía). No nos detuvimos mucho. El Mercado del Puerto está rodeado de negocios que ofrecen arte y artesanías, todo ello muy pintoresco, con un aire más ciudadano (y más afín a mis gustos) que el de Colonia.

Pescadores (by pablodf) Seguimos caminando. El sol empezaba a apretar, pero el viento lo empujaba. Nos aventuramos a la Escollera Sarandí, que es como un espolón o cuerno de narval que brota del extremo de la península donde la Montevideo original fue fundada, internándose en el río-mar. Había allí unos cuantos empleados del puerto y otros, muchos pescando, sentados o parados en los grandes bloques colocados a ambos lados para hacer amortiguar las olas. Nos habían dicho que fuéramos a una hora concurrida y sin hacer mucha ostentación de cámaras de fotos, pero no vi razones para alarmarnos (nuestro corresponsal uruguayo quizá no sabía que vivimos en una ciudad grande e insegura, y que hemos adquirido por triste experiencia un cierto sentido del peligro y de la oportunidad para estos asuntos). Montevideo, hay que decirlo, no presenta una fabulosa vista desde la punta de la escollera, especialmente a mediodía; el skyline de la Ciudad Vieja y más allá no es muy impresionante (no digo que tenga que serlo).

Avistamos algunas aves, unos bichitos escurridizos entre las piedras perpetuamente húmedas, y cangrejitos embarrados. Los pescadores parecían estar en su asunto más por diversión que por otra cosa, a juzgar por las escasas y diminutas presas que los vi sacar.

Fue un paseo estimulante para comenzar a ver Montevideo, pero el calor ya era terrible, así que nos recluimos en el hostel. La tarde y la noche nos esperaban con la promesa de presenciar una ceremonia religiosa distinta a todo lo que conocíamos: la fiesta de Iemanjá.

Continuará...

martes, 17 de febrero de 2009

Uruguay 2009, parte 4: El Carnaval de Montevideo

Palacio Salvo (by pablodf)
Palacio Salvo
Nuestro primer día en Montevideo fue mejor de lo que esperábamos. Eso sin contar la rápida llegada al hostel, la limpieza, y todo lo demás. Era el primer día de febrero y, contra nuestros temores, el clima era delicioso. Hubo que dormir, sí, una siesta, pero después pudimos salir al sol de la tarde y vagar por la Ciudad Vieja, sacando fotos aquí y allá a algunos íconos típicos: el mausoleo de Artigas, el Palacio Salvo, la arquitectura que rodea a la plaza.

Lo verdaderamente bueno, sin embargo, fue un cambio de planes debido a una lluvia que no presenciamos. Resulta que la inauguración del Carnaval 2009 se había aplazado debido al clima, unos días antes, y ese día tendríamos la oportunidad de verlo. La gente del hostel ofreció que fuéramos todos juntos, a las cinco y media, a apostarnos en un buen lugar sobre la Av. 18 de Julio, que ya estaba cerrada y donde ya se podían ver largas hileras de sillas de madera y de "palcos" que parecían corralitos gigantes (todo ello rentable a un módico precio).

Marisa y yo seguimos al grupo pero luego, decidiendo que ya estábamos en un buen lugar, los dejamos seguir y nos quedamos en la esquina de 18 de Julio y Rio Branco. Lo recuerdo no por que sea un memorioso o un fanático sino porque allí estuvimos parados, junto al cartel callejero de la esquina, durante dos horas.

Carnaval de Montevideo 5 (by pablodf) Carnaval de Montevideo 3 (by pablodf)
Carnaval de Montevideo 2 (by pablodf)

Es inusual, según entiendo, que el primer desfile de Carnaval comience durante el día. Eso también nos jugó a favor. Primero tuvimos que esperar, lógicamente, a que la policía y los organizadores liberaran la avenida, que las comparsas y murgas se pusieran en orden, que los vendedores de espuma en lata y de algodón de azúcar y de confetti se fueran (nunca se fueron del todo). Después vino un par de ómnibus lado a lado para abrir paso, y después comenzaron a pasar, una, dos, diez, cincuenta grupos de carnaval, cada uno con sus trajes o banderas, a pie o en carrozas de variado adorno, bailando o cantando o parodiando a coro.

Carnaval de Montevideo 4 (by pablodf)

Carnaval de Montevideo 1 (by pablodf)
A mí nunca me ha gustado mucho el carnaval al estilo brasileño o la modesta copia que se estila en varios puntos de Argentina, con carrozas gigantescas y una predominancia de mujeres pechugonas cubiertas de plumas artificiales. Reconozco su esfuerzo y trabajo, pero no me interesa más que técnicamente. El carnaval montevideano es diferente, ya que en Uruguay la murga y los grupos paródicos, que representan el verdadero espíritu del carnaval (la transgresión, la inversión de roles) tienen una presencia mayor.

También se ven más personas... digamos... reales. Poco o nada vi de bailarines musculosos o infartantes morochas exhibiendo sus dotes al público; había "reinas" que saludaban desde sus carrozas, pero la mayoría de los participantes eran sólo gente, jóvenes y viejos, señoras gordas, señores maduros cantando, señores disfrazados de señoras, todos con sus propios colores, con trajes elaboradísimos, mucha pintura en la cara, remolinos de brillo y lentejuelas, y siempre sonrisas para los niños que aplaudían al borde del desfile. Este carnaval era más burlón pero también más inocente que lo que se ve en los corsódromos.

Si hubiéramos venido un día después, nos lo hubiéramos perdido. Si hubiéramos venido en la fecha anunciada, días antes, también.

Pasaron cabezudos, cantantes de cumbia con peinados fantásticos, una inmensa bandera de Peñarol y una inmensa bandera argentina, un grupo de tipos ataviados de dorado con cajas, botellas, jaulas, paraguas y todo un cambalache de objetos de utilería sobre ellos; un obispo sonriente, un rey de espadas, grupos marchando al son de una batucada, una parodia de bomberos en una mini-autobomba que nos tiraron con soda, señoras con ruleros... Pasaron dos horas, y ya dolía el cuello de mirar hacia el oeste, y ya quemaba de tanto sol en el mismo lado de la cara.

Anochecía. A la última luz fuimos a caminar, remontando la inundación de colores hasta su fuente y más allá, pasando la Puerta de la Ciudadela, donde descubrimos a varios miles de personas, cientos de grupos esperando su turno para salir a desfilar. El programa del carnaval contaba (si mal no recuerdo) unas 250 comparsas; sólo habíamos visto unas cincuenta. O sea que sólo vimos una quinta parte del primer día del Carnaval de Montevideo 2009. Fue suficiente para llenar el día. Nos fuimos a comer algo y a descansar.

Continuará...

PD: Estoy publicando estas mismas crónicas pero en inglés, en D for Disorientation; ver el post "Carnival in Montevideo". Marisa también está publicando su crónica del viaje; pueden leer sobre el carnaval de Montevideo en su blog (Copirrait).

lunes, 16 de febrero de 2009

Uruguay 2009, parte 3: Montevideo y la primera impresión

Llegamos a Montevideo pasado el mediodía. La ciudad me pareció grande, expansiva, con suburbios que surgen de a poco. No hay grandes autopistas ni puentes unos sobre otros. Montevideo (con su área metropolitana) tiene 1.800.000 habitantes, la mitad de la población total de Uruguay, casi el doble de Rosario, dos tercios de la Ciudad de Buenos Aires, pero no me pareció densa ni enrevesada.

Después de un buen rato de avenidas y más avenidas el ómnibus llegó a un edificio de ladrillo visto, dio un par de vueltitas y se metió. La Terminal Tres Cruces es comparativamente pequeña y el paso fue fácil. Después de la bastante desordenada terminal Mariano Moreno de Rosario y de la horriblemente sucia terminal de Retiro, Tres Cruces me pareció asombrosamente sencilla y limpia. No había ni un papel ni una bolsita plástica en el suelo, ni una mancha de aceite en las plataformas. Tampoco había maleteros exigiendo monedas, y casi apostaría que los taxis que esperaban a la salida no pertenecían a una mafia. De hecho, Tres Cruces es un shopping, y como tal, los negocios que funcionan dentro tienen interés en que todo se vea y funcione bien para el cliente.

Cruzamos una calle, preguntamos por ahí, y finalmente nos tomamos un colectivo urbano que nos llevó a la Ciudad Vieja, donde ayudados por un plano que habíamos recibido en la Oficina de Turismo llegamos con relativa facilidad a nuestro hostel.

Lo que vi de Montevideo en los tres días y medio que estuve allí es casi suficiente para perdonarles a los uruguayos que no puedan hacer un helado decente. Dirán algunos que sólo vi el centro y las partes más turísticas de la ciudad, pero en algún punto hay que reconocer cuándo esa excusa ya no vale. Montevideo es infinitamente más limpia que Rosario o Buenos Aires. En todo el tiempo que allí estuve, pateando largamente la Ciudad Vieja, el Centro, la zona portuaria, el barrio del Prado y un par de playas, no vi una sola cagada de perro en una vereda, ni un solo basural, ni un solo contenedor de basura desbordado. Tampoco vi gente arrojando papeles o botellas plásticas al piso, ni perros de fino pedigree defecando en el espacio público ante la mirada impávida (o la incitación) de sus amos.

El tránsito también merece una mención. Para empezar, los automovilistas montevideanos no parecen locos al volante. No muestran la histeria argentina típica a flor de piel por ser los primeros en llegar. En Argentina, cuando uno cruza una calle, sabe que está arriesgando la vida. En Uruguay los automovilistas saben que entre un auto y un peatón es el peatón el que lleva las de perder, y frenan para que uno pase, o por lo menos no demuestran clara intención de atropellarlo a uno. Aquí uno puede percibir claramente que el conductor está sopesando el asesinato con la cárcel y sólo pasa del primero para evitar la segunda.

Otra cosa es el transporte público. En los colectivos montevideanos uno sube, paga a un guarda, y se queda tranquilo hasta el fin del viaje. El colectivo está limpio, el guarda siempre tiene cambio, y nunca nadie pone reggaetón o cumbia villera en el celular. Sobre todo, uno no siente esa clara sensación de que en cualquier segundo uno va a ser insultado o asaltado por algún pasajero, o de que el chofer está listo para matar si alguien le toca bocina.

De los taxis no puedo hablar porque en verdad no nos hicieron falta. Viajamos y viajamos en colectivo, y sólo una vez, tarde por la noche, pensamos en la posibilidad de tomar un taxi. Resultó que simplemente estábamos esperando en un mal lugar. Además, en Montevideo no existe la ficción oficial de que los colectivos funcionan como deben en horario nocturno. Cuando llega la medianoche es empresa imposible conseguir uno, y todos lo reconocen.

Hace falta una temporada fuera de la gran ciudad, en Argentina o donde sea, para notar la terrible carga de agresividad apenas reprimida que acumulamos aquí, y que en Uruguay no vi. Repito que esta es mi experiencia personal, parcial y limitada, pero el contraste fue tan claro y tan impactante que no puedo sino remarcarlo. Y estoy hablando de Uruguay, que es casi una provincia argentina perdida. No son suizos ni japoneses ni vienen de otro planeta donde la gente es "mejor"; es evidente que somos nosotros, los argentinos, los que estamos haciendo algo mal.

Por otra parte, y esto debe tener mucho que ver, en Uruguay no vi la pobreza espantosa ni la ostentación obscena de riqueza que se ven lado a lado en Argentina. Algún niño me pidió una moneda, y muchas personas digna pero pobremente vestidas caminaban por el centro de Montevideo. Seguro que existen pobres en Uruguay, y seguro que alguien me dirá que prefiere pobres insolentemente visibles como en Argentina, antes que pobres invisibles o invisibilizados por la sociedad como supuestamente habría en Uruguay. Lo que yo sé es que no se puede esconder toda la pobreza, y que en Montevideo no me asqueó ver ejércitos de niños sucios, abandonados en la calle por sus padres, pidiendo monedas o limpiando parabrisas de camionetas 4x4 en calles demasiado angostas, ni tampoco me tocó presenciar madres con bebés desnutridos, embrutecidas hasta el punto de sólo saber mendigar un poco más, sentadas en cada rincón disponible del centro frente a tiendas repletas de ropas lujosas o electrodomésticos importados.

Todo lo anterior podría titularse "las comparaciones son odiosas", y la verdad es que pueden serlo, y hasta creo que más de un argentino con intelecto inferior al promedio estará pensando que si tanto me gusta Uruguay, por qué no me voy a vivir allí; y la respuesta es que no me molestaría hacerlo y probablemente fuera mejor para mi salud mental, pero razones prácticas y sentimentales me lo impiden.

Y como este post fue odioso pero necesario para mí, he volcado en él todo lo que pude, hasta lo último que me salió. Un país o una ciudad no se conocen en un par de semanas de vacaciones, pero si es verdad que la primera impresión es la que cuenta, entonces no puedo decir casi nada malo de Montevideo y de Uruguay en general. La comparación inevitablemente deja mal parada a Argentina. Qué le vamos a hacer...

Inicialmente iba a escribir sobre el carnaval de Montevideo, que fue una de las primeras buenas experiencias del viaje, pero tuve que decir todo lo anterior. El próximo post, lo prometo, será más alegre que éste.

Continuará...

sábado, 14 de febrero de 2009

Uruguay 2009, parte 2: Colonia

Callecita (by pablodf)
Calle de Colonia

Vieja ciudad (by pablodf)
Otra calle de Colonia

Puerto de Colonia (by pablodf)
Botecitos en el puerto

Espiral de madera (by pablodf)
Escultura de madera en el puerto, de Ricardo Pascale
Llegamos a Colonia el mediodía lleno de sol del viernes 31 de enero. Del barco nos hicieron bajar por un largo pasillo con vueltas, nos dirigieron a la oficina de aduanas, y allí misteriosamente todos los papeles que habíamos completado para inmigrar temporalmente a Uruguay se volvieron innecesarios por un simple gesto de "pasen, pasen" de quien controlaba los bultos; tomamos nuestras valijas de la cinta transportadora e ingresamos al país como si nada, aunque mirando sobre nuestros hombros por si acaso algún funcionario nos corría.

El hostel donde nos alojaríamos estaba a unas buenas cuadras de la terminal portuaria, y en pendiente hacia arriba, pero mal que mal llegamos (Marisa llevó una mochila "de mochilero", grandota y larga; yo una mochila ancha con armazón de caño de hierro, de tipo militar, más bolsas de mano). Era una casa antigua con mucho piso de mosaico, mucha flor, sombra y tranquilidad, en la calle Washington Barbot.

En Colonia sólo teníamos reservada una noche, por lo cual esa tarde la pasamos recorriendo la parte antigua de la ciudad, donde nos encontrábamos, vagando por callecitas empedradas sin rumbo fijo y visitando el puerto, la breve playa de la ciudad vieja, la muralla de la antigua fortificación, y el faro, donde subimos al atardecer. Vimos una carrera de carting en la Av. Gral. Flores, cerrada y rodeada de gente; un evento ruidoso y a primera vista muy peligroso que nos pareció extrañísimo en su contexto.

Colonia es, sin duda, pero además se vende como, un lugar pintoresco, alejado del ruido y de la decadencia urbana moderna, bellamente conservado. Los turistas, en su mayoría porteños de clase media y extranjeros de edad madura y de piel delicada, vienen a ver eso. Jóvenes mochileros y artesanos viajeros los hay, como en todos lados, también, pero ésos son otra clase. Nosotros, jóvenes argentinos del interior con presupuesto ajustado y sin nada que pudiéramos llevarnos, ni cuero ni madera tallada ni nada excepto recuerdos fotografiados, éramos un poco extraños.

Aquí, en nuestro primer día en Uruguay, descubrimos que los helados no son el fuerte de este país. El que nos sirvieron en una esquina era una pasta medio derretida, con poco sabor y demasiado colorante, que costaba casi el doble de lo que en Rosario hubiera costado un helado artesanal más grande y mucho más rico. (Rosario, por si alguien no lo sabe, es la Capital Nacional del Helado Artesanal. El título suena pretencioso, si puedo decirlo yo como nativo del lugar, sólo hasta que uno prueba el helado de otras partes.)

Al día siguiente sólo tuvimos tiempo para un breve recorrido final, en una mañana fresquita, junto al río-mar. Nos aguardaba un viaje de un par de horas hasta la capital, Montevideo.

Continuará...

viernes, 13 de febrero de 2009

Uruguay 2009, parte 1: Rosario-Buenos Aires-Colonia

Terminal de Buquebús 3 (by pablodf)
Gente esperando embarcar, terminal de Buquebús en Puerto Madero, Buenos Aires

Terminal de Buquebús 4 (by pablodf)
Uno de los barcos de Buquebús, similar al nuestro, partiendo de la Dársena Norte

Marisa frente al río (by pablodf)
Marisa frente a la inmensidad del Mar Dulce

El faro de Colonia (by pablodf)
El faro de Colonia del Sacramento, mientras nos acercábamos
Comienzo mi crónica de viaje con las consabidas disculpas a cualquiera que haya tenido una experiencia distinta o, digámoslo claro, considere que estoy hablando al pedo o generalizando demasiado. Estas vacaciones fueron mías y de Marisa, las primeras vacaciones largas que nos tomamos juntos, dicho sea de paso, y las experiencias e impresiones que relataré son por fuerza muy personales y muy parciales. Uno no puede conocer un país en dos semanas, ni siquiera una ciudad. O sea que todo lo que diga sobre Uruguay debe imaginarse como precedido por las palabras "Según me pareció a mí...".

Dicho eso, paso a relatar, y aquí nomás me vuelvo para atrás. Originalmente mi idea era ir a Uruguay por la vía más directa para nosotros, por tierra a través de Entre Ríos y de ahí a Paysandú o a Fray Bentos. Me hubiera gustado ver Gualeguaychú, que conocí hace años por unas pocas horas, y Fray Bentos, con su famosa o infame papelera. Fray Bentos además es donde Borges situó la historia de Ireneo Funes, "el memorioso". Pero las noticias sobre redoblados cortes de ruta y de puente internacional por parte de la Asamblea Ambiental de Gualeguaychú nos inquietaron. No era cuestión de comenzar con el pie izquierdo las vacaciones, retenidos allí.

A Marisa se le ocurrió entonces, y yo secundé enseguida, ir por la otra vía, más cara pero más pintoresca y segura. Averiguaciones fueron y vinieron, y finalmente reservamos pasaje en el Eladia Isabel, de la empresa Buquebús, para ir desde Buenos Aires hasta Colonia del Sacramento.

El viaje hasta Retiro en ómnibus nos llevó unas cuatro horas nocturnas. Llegamos a la hipertrofiada capital de nuestro país unas tres horas después de partir de Rosario, y desde el conurbano hasta Retiro tardamos 45 minutos. Luego tuvimos que esperar media hora a la entrada de la enorme terminal de ómnibus, cercada de un lado por una villa miseria inmensa, llena de vendedores de chucherías, con el piso medio roto, medio perdido en el tiempo y la negligencia. Cómo una capital que se precia de ser la París de Sudamérica y demás yerbas tiene una terminal de ómnibus tan innecesariamente complicada, tan mal colocada en la trama urbana y tan inmunda es algo que escapa a mi comprensión.

Bajamos, salimos, agarramos temerosamente nuestros bártulos, conseguimos un taxi, descendimos en la terminal de Buquebús en Puerto Madero, y de pronto estábamos en otro mundo, en algo similar a un aeropuerto limpísimo, aunque congestionado. Hicimos los trámites de embarque, nos tomamos un café con leche y después subimos.

El barco se fue alejando de a poco y a medida que nos internábamos en el Río de la Plata vi por qué Juan Díaz de Solís, el primer colonizador que penetró en él, lo llamo "Mar Dulce". Era una extensión marrón terrosa prolongada hasta el infinito, con algún que otro barco semejante a una silueta de cartón gris en la distancia, y la curvatura terrestre claramente visible. Así transcurrieron tres horas, hasta que avistamos primero unas islitas verdes, y después el faro de la antigua Colonia del Sacramento, nuestro primer destino en tierras orientales.

Continuará...

¡Volví!

Escribo cortito, sólo para avisarles a quienes sigan este blog que esta tardecita volví de mis vacaciones en Uruguay y que pronto empezaré a escribir la crónica del viaje. En cifras fueron trece días, seis ciudades (sin contar aquellas donde sólo estuve de paso y no me alojé), unas treinta y seis horas de viaje en ómnibus y barco, y alrededor de dos mil kilómetros. Pero esos números poco significan si no cuento las muchas experiencias que nos ocurrieron a mí y a Marisa en el camino.

Por el momento acabo de abrir un álbum en Flickr para que puedan ir viendo las fotos que vaya subiendo de a poco: Vacaciones Uruguay 2009. Para ver los posts relevantes de este blog, buscar la etiqueta vacaciones uruguay 2009.

Estas vacaciones fueron un placer, pero también es un placer estar de vuelta. Saludos a todos.

jueves, 12 de febrero de 2009

¡Feliz Día de Darwin!

Hace hoy exactamente 200 años que nació Charles Darwin, el naturalista inglés que legó a la humanidad la teoría de la evolución. Ésta quizá sea el hallazgo científico más importante de la historia: la explicación de cómo, a partir del proceso de selección natural, un antepasado común a todos los seres vivos pudo transformarse hasta dar origen a la multitud de especies que vemos hoy en día, incluyéndonos a nosotros, los primates superiores conocidos como Homo sapiens.

Los fundamentos de la teoría de la evolución son tan sencillos que, a primera vista, nos parece hoy increíble que nadie la haya descubierto antes. A Darwin, por sus creencias y por su prudente meticulosidad científica, le llevó treinta años compilar observaciones y decidirse a publicarlas. Hizo una labor impresionante, en una época en que no existían los viajes rápidos, ni las comunicaciones instantáneas a cualquier parte del mundo, ni redes informáticas ni bibliotecas online para compartir y comparar datos, ni grandes archivos fotográficos de plantas y animales de todo el mundo, ni una comprensión siquiera básica de la genética o la herencia. Y en un tiempo y lugar donde oponerse a lo que decían literalmente las Sagradas Escrituras podía equivaler al suicidio social y al repudio hasta de la propia familia.

Las teorías actuales no son la teoría de Darwin, pero las bases son las mismas. Los seres vivos se reproducen con variantes. Cuando una variante hace a un ser vivo más capaz de sobrevivir y más eficaz para reproducirse, sus características exitosas tienen más probabilidades de transmitirse a sus descendientes. Cuando un grupo de seres vivos se separa de otros de su misma especie, por sus diferentes ambientes pueden prosperar diferentes variantes, y eventualmente se separarán en dos especies. Así, desde un antepasado único surgieron los millones de especies que observamos hoy, más incontables millones, muchas más, que se extinguieron y quedaron en el camino, y que hoy sólo conocemos por fósiles o por simple inferencia.

Muchos dudan todavía de la evolución, o incluso la descalifican como "sólo una teoría". Pero una teoría no es una suposición, sino una estructura explicativa. Hoy en día la evolución se puede considerar un hecho, como son hechos la gravedad y la relatividad. Todos, los humanos, los chimpancés, los perros y los gatos, las margaritas y los colibríes, los hongos y los virus, las estrellas de mar y las águilas, somos descendientes de un único antepasado, hermanos y primos más o menos lejanos pero parte de la misma familia, que sigue creciendo día a día. Ése es el legado de Darwin.

jueves, 5 de febrero de 2009

En medio de las vacaciones

Escribo esta nota cortita sólo para recordarles a todos mis fieles lectores que sigo de vacaciones, por lo cual deberán esperarme unos diez días más. Hemos pasado días muy provechosos y entretenidos en Colonia, Montevideo y La Paloma, y si todo sale bien nos vamos en un par de días a La Pedrera. Colonia es pintoresca, aunque plagada de argentinos. Montevideo nos sorprendió por sus playas, que nadie promociona como debería en Argentina. También nos sorprendió por su limpieza. Y La Paloma es sencillamente bellísima.

Y no les adelanto más. Saludos desde la Banda Oriental a todos.