Andan mal las cosas para el país, para la provincia y para la ciudad. A nivel país, bueno, cada argentino tiene una idea distinta de cómo explicarlo, pero el nombre del problema sólo empieza con K. La provincia de Santa Fe tiene la enorme carga de 24 años de peronismo encima, y cuando había empezado a querer alivianarse le cayó encima la crisis de las retenciones. Y Rosario se contagia de todo: del desorden y el patoterismo y la falta de ley que impera a nivel nacional, de la parálisis y el ahogo financiero de la provincia, y de sus propios virus latentes. Rosario es rebelde, siempre lo fue. A veces protesta con razón y otras patalea al pedo.
Ayer se armó el pequeño gran desastre del aumento del boleto de colectivo. El intendente Lifschitz no tuvo mejor idea que mandar al Concejo Deliberante el pedido de aumento (de $1,40 a $1,60) en una sesión especial para que se aprobara rápido y sin discusión, cosa a primera vista sencilla porque el Partido Socialista tiene quorum propio y mayoría automática. Le pifió feo, una vez más. Es verdad que la culpa del aumento lo tiene el gremio de los choferes de colectivo, que cobran un sueldo que envidiaría un médico o un arquitecto; pero Lifschitz dijo que de todas maneras Rosario tiene el mejor transporte público del país, lo cual es posible, pero comparar Guatemala con Guatepeor no da fuerza al argumento, y si encima es para una medida impopular, menos. Hay que aumentarlo, es lamentablemente obvio, pero no así.
El día de ayer fue una película de horror, un concejal que faltaba para el quorum primero diciendo que no iba a ir porque estaba enfermo, después amagando a ir, rumores de que no quería ir porque ni siquiera había leído la justificación técnica del aumento del boleto, y finalmente no yendo. Y entre medio, la patota.
Me tienen cansado los periodistas y los ideólogos que siguen refiriéndose a ciertas patotas bien conocidas como "organizaciones sociales". Un grupo de gente con consignas paleolíticas, formado por jóvenes desgreñados y agresivos con palos en las manos y que amenazan con quemar un edificio, es una patota. Una banda de lumpen teledirigidos, por muy pobres víctimas del capitalismo salvaje que sean, no dejan de ser una patota. Y un grupo de estudiantes secundarios bien peinados y de clase media, con una furia antigubernamental sin medida y ni una sola idea clara, también pueden ser una patota.
El asunto es que hoy en día, en Argentina, es muy fácil que un grupo se convierta en patota, porque no hay ley que valga. Desde el comienzo del milenio nadie se anima a hacer cumplir la ley, y muchos (muchos más que los infractores) se benefician de ello. En ningún lugar del mundo se le permite a una multitud enloquecida y amenazante rodear un edificio legislativo cuando los legisladores tienen que tratar un proyecto delicado. Aquí, sacarlos es "represión".
Así no se puede discutir nada, ni siquiera un aumento de veinte centavos.
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