En diciembre del año pasado nuestra impulsiva presidenta Cristina descubrió la crisis energética que su marido había negado durante tres años seguidos, y de golpe y porrazo decidió cambiar el uso horario y comprar millones de lámparas de bajo consumo para entregarlas en hogares de bajo recursos al cambio de lámparas incandescentes. Para esto último hacía falta mucho dinero, pero no hubo problema porque los superpoderes que el jefe de gabinete tiene para hacer y deshacer en el presupuesto (que a su vez estaba totalmente dibujado) le permitieron sacar plata de donde "sobraba" para destinarla a eso.
O al menos ésa era la intención, porque diez meses después venimos a constatar que la mayoría de esas lamparitas no se entregaron. Quizá las hayan comprado, quizá parte del dinero se "perdió" en los vericuetos de la burocracia gubernamental, pero para dar sólo un ejemplo, de las 500.000 lámparas de bajo consumo prometidas para la provincia de Santa Fe sólo se entregaron 70.000. Por esto y porque la implementación del horario de verano es casi absolutamente inútil, se dice que se ahorró 1,5% de electricidad, aunque en realidad tampoco sabemos si se trató de ahorro o simplemente de menor consumo por otras causas. El único efecto cierto del cambio de hora fue que repartió un poco mejor los picos de consumo residencial e industrial, evitando que la demanda simultánea derritiera la red de distribución.
Son casi las ocho y media de la noche y afuera todavía hay luz como para leer. Hoy prendimos la lamparita de bajo consumo de la cocina una hora más tarde. ¡Felicidades, el plan funciona! Lástima que mañana en la oficina vamos a tener que tener prendidos cuatro fluorescentes una hora más hasta que nos entre sol por las ventanas.
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