Continuando con nuestro periplo cultural, el viernes al caer la tarde Marisa y yo fuimos al Museo Estévez para comenzar allí la Noche de los Museos, parte de la serie de eventos de la 4ª Semana del Arte. Entiendo que la Semana se viene haciendo en Rosario desde hace cuatro años y que por primera vez también se organizaron eventos en otras ciudades a nivel provincial (cosas de la política).
La Noche de los Museos consistía (según el folleto) en un recorrido por varios museos de la ciudad, llevados por la Merenguita (una especie de ómnibus que imita un tren, que se puede contratar para fiestas), para observar las distintas intervenciones realizadas por los artistas. Tuvimos que anotarnos por teléfono para esto, y esperábamos que durara un par de horas. La realidad fue algo más complicada. Resultó que la Merenguita fue completamente insuficiente, de manera que hubo otros dos ómnibus, más grandes (del tipo de los de turismo), y el paseo fue tan completo que volvimos a casa a la una de la mañana.
Pero me estoy adelantando. Para resumir, voy a intentar dedicar un párrafo a cada museo, y nada más.
El Estévez, como dije, fue el punto de partida. Nos abrieron la puerta y nos encontramos con personas con vestimenta de ópera y máscaras venecianas, que amablemente nos invitaron a ir hacia el patio. Allí nos esperaban un hombre y una mujer, cantantes líricos, que nos obsequiaron con varias selecciones operáticas. Comenzó a fluir el champagne (perdón, vino espumante tipo champaña) y cayó la noche. La gente se puso a ver la magnífica colección del museo; Marisa y yo no nos detuvimos a eso porque somos habitués del Estévez y ya nos la sabemos, casi.
Salimos, hubo un principio de tumulto y caras largas de muchos ante el descubrimiento de que la Merenguita con su campanita en la parte de atrás iba a ser destinada a unos pocos (los que habían reservado primero). A nosotros nos tocó el segundo ómnibus de los suplementarios.
Nos pusimos en marcha e inmediatamente quedó en evidencia la total locura de querer navegar no uno, sino tres vehículos de gran tamaño a lo largo de las pequeñísimas calles del micro-microcentro rosarino en hora pico. Tres cuadras, quince minutos y muchas puteadas de colectivero después, y sin haber podido sortear el mayúsculo embotellamiento que provocamos a la altura de Sarmiento y Santa Fe, nos bajamos en la esquina para ir al Museo del Diario La Capital.
La Capital, como se sabe, es el Decano de la Prensa Argentina. Se publica desde 1867 y aunque no es el primer diario del país, es el único que ha durado tanto en circulación. Su museo tiene rotativas, prensas, linotipos, máquinas de escribir, cajas de tipos de plomo, y planchas de impresión, implementos que me resultan fascinantes.
La intervención artística en el lugar consistía en una remake de baja calidad de King Kong al estilo original, con un tipo vestido de gorila y una mujer que gritaba de forma constante, proyectada en la pared a cuatro metros del suelo, sobre las antiguas rotativas. Eso fue interesante.
Esta historia continuará más tarde, para no hacer un post tan largo...
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