Estoy de vuelta de mis vacaciones. En los posts sucesivos voy a intentar resumir esta semana pasada llena de experiencias, así que ténganme paciencia... Tengo mucha información e ideas en la cabeza para organizar y escribir, y muchas fotos que ver y procesar. Quiero escribir una crónica de viaje; la comencé ayer por la tarde, horas después de llegar, y cuando esté lista la voy a poner aquí mismo o en un blog aparte.
Fueron unas vacaciones muy variadas, al menos climáticamente. En Chilecito, los primeros días los dedicamos sobre todo a pasear al aire libre, incluyendo dos subidas a pequeños cerros, nada terriblemente difícil pero sí cansador, y esto bajo un sol a pleno, con temperaturas de primavera avanzada, casi sin reparo en esas tierras donde la sombra no abunda. Después vino el zonda, o al menos algo parecido al zonda, que en vez de ser caliente resultó casi fresco, y que trajo una polvareda como nunca había visto antes. Y después llegó una ola de frío (la misma que hizo que nevara y apagó los incendios en las sierras del norte de Córdoba) y finalmente llovió (suavemente) una tarde y una noche completas, lo cual, en La Rioja, es tan raro como si en Rosario o Buenos Aires cayeran del cielo helados de frutilla al agua.
El viaje de ida estuvo exento de acontecimientos asombrosos, salvo la puntualidad con que partió y llegó el ómnibus. Tuvimos un viaje de vuelta accidentado, y ya van tres para mí desde enero de este año, y dos para Marisa conmigo, lo cual irracionalmente me hace pensar sobre la existencia de la suerte y si no debo encomendarme a algún santo, virgen, hada madrina, dios grecorromano o la Pachamama. Esta vez no fueron árboles caídos ni piquetes, sino una simple falla mecánica que se complicó.
Calculo, grosso modo, que recorrimos unos tres mil kilómetros en total, entre variados buses y una camioneta de excursiones, más unos pocos kilómetros a pie por calles y senderos, y algunos cientos de metros en sentido vertical tanto ascendente como descendente. Absorbí una considerable cantidad de luz solar y de arrope de miel, estropeé un trípode casi nuevo, me resigné a usar una gorra de los Mets que me dio Marisa para no insolarme, tomé unas mil cien fotos, y vi llamas, guanacos, maras y unos cinco o seis cóndores (con seguridad, tres, uno de ellos en jaula), con lo que la suerte saldó la deuda que tenía conmigo desde que fui a la Quebrada del Condorito en Córdoba y no sólo no vi una sola de estas aves sino que casi muero de frío.
A partir de mañana empiezo a contar las cosas, en orden. En serio.
lunes, 8 de septiembre de 2008
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